Delta, forestación y después

Docentes y estudiantes de la FAUBA, técnicos del INTA y productores de las islas promueven el desarrollo de alternativas sustentables, en un sistema dominado por la producción de madera. Los isleños debaten sobre su territorio.

A mediados del siglo XX la fruticultura y la horticultura entraron en crisis y la forestación significó un refugio para los productores del Delta

(SLT-FAUBA) A sólo 60 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, el Delta del río Paraná posee una de las regiones forestales más importantes del país. Allí la producción de madera aumentó exponencialmente durante el siglo pasado, alentada por políticas públicas, pero lo hizo en detrimento de la actividad fruti-hortícola, que constituía el sustento económico de muchas familias. Por esa razón hoy buscan recuperar alternativas productivas, con técnicas que promuevan una mayor sustentabilidad y eviten el éxodo de los isleños.

Según el Inventario de Plantaciones Forestales, la Argentina posee cerca de un millón de hectáreas de bosques cultivados, concentradas en mayor medida en la Mesopotamia y en el Delta del río Paraná. Esta última región representa, a su vez, la mitad de la producción de madera de la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, no siempre fue así. La zona fue considerada inhóspita hasta fines del siglo XIX, cuando desde el Estado se promovió el asentamiento de inmigrantes europeos, que se dedicaron a cultivar hortalizas, frutales, mimbre y salicáceas.

El panorama cambió a mediados del siglo XX, cuando la fruticultura y la horticultura entraron en crisis por las fuertes inundaciones que afectaron la zona, combinadas con los altos costos de producción y la promoción de nuevas regiones fruti-hortícolas, como el Alto Valle del Río Negro. La forestación significó un refugio para los productores del Delta, pero este proceso de reconversión también motivó el éxodo de gran parte de la población local.

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Docentes, estudiantes y técnicos del INTA buscan implementar un conjunto de soluciones para que los pobladores puedan permanecer en la isla.

“En 2008, en esta zona se produjo una serie de incendios cuyas cenizas llegaron a la ciudad de Buenos Aires. Fue un hecho que tomó conocimiento público en medio del conflicto que mantuvo ese año el Gobierno nacional con el campo, y alentó la preocupación por saber qué estaba pasando en el Delta”, recordó Cynthia Pizarro, docente de la cátedra de Extensión y Sociología Rurales de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), quien trabaja en ese territorio desde 2012 junto a un grupo de estudiantes de esa Facultad y técnicos del INTA.

Por aquellos años, diferentes sectores ambientalistas también comenzaron a cuestionar la producción que se realiza en el Delta, preocupados por el avance de la soja y de la ganadería sobre las islas, fundamentalmente en áreas pertenecientes a la provincia de Entre Ríos, y del crecimiento de los barrios cerrados en el partido de Tigre, provincia de Buenos Aires. Además, se criticaron algunas prácticas agronómicas llevadas a cabo por los isleños, como los endicamientos.

Las elevaciones del terreno realizadas en el Delta por los pobladores protegen a los lugares donde sus familias vivieron y trabajaron por generaciones.

Ante esta situación, los docentes, estudiantes y técnicos del INTA buscan implementar un conjunto de soluciones para que los pobladores puedan permanecer en la isla, viviendo y trabajando de un modo diverso y sustentable.

“La idea de conservar el humedal del Delta como un todo prístino que impida la actividad humana, es muy utópica y no considera que esta zona está dividida en tres regiones que abarcan casi 2 millones de hectáreas, y que en cada una de ellas se realizan distintas actividades productivas. Nosotros trabajamos en las cercanías de Campana y de Zárate, que es un punto intermedio entre ambas situaciones (el avance de la frontera agropecuaria y el de los barrios cerrados) y que se dedica a la producción forestal”.

“A diferencia de lo que sucede con los emprendimientos inmobiliarios que construyen diques y modifican radicalmente el paisaje en la zona frontal del Delta, en la región de islas de Campana y, aunque en menor medida, también en San Fernando, las elevaciones del terreno realizadas por los pobladores protegen a los lugares donde sus familias han vivido y trabajado desde, por lo menos, principios del siglo XX”, señaló Patricio Straccia, graduado de la carrera de Ciencias Ambientales y ayudante de la cátedra de Extensión y Sociología Rurales de la FAUBA.

“Es necesario entender la situación en términos históricos -agregó Straccia-. Desde la primera vez que llegamos a la zona con los estudiantes de Ciencias Ambientales y de Agronomía, nos llamó la atención el recuerdo de los pobladores sobre las inundaciones, principalmente las de 1959 y 1983. En el debate actual entre las miradas más conservacionistas y las más productivas, también tenemos que considerar esa memoria histórica, que indudablemente persiste”.

 

Las mareas

“Hoy los isleños no la estamos pasando bien. La población ha disminuido en un 80% en la Sección IV de Campana desde las mareas del ’83 y del ’98”, lamentó Omar Fernández, presidente de la Asociación Isleños Unidos II, conformada por 110 pequeños y medianos productores. No obstante, señaló: “Tratamos de volver a traer el progreso a la zona. Hoy trabajamos con el INTA para volver a producir verduras, cítricos y flores, y proyectamos hacer caminos hacia rutas para poder bajar los costos”.

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“Hacemos una contención del agua del río, pero a su vez tenemos canales y bombas, porque si secamos los humedales no producimos”.

Las continuas inundaciones que afectaron al Delta marcaron con fuerza la vida de los isleños. “Mi familia fue colonizadora de Arroyo Las Piedras, donde nació mi señora en plena marea del ’59, una de las más grandes que sufrió el Delta. En aquella época acá se hacía verdura y fruta. Por las mareas y la falta de políticas, todo eso fue cambiando. Hoy se ha vuelto zona maderera, de sauce y álamo”, dijo.

Y añadió: “Al pequeño productor, que a lo sumo puede llegar a tener 30 hectáreas, se le hace difícil mantener a su familia cuando debe esperar 15 años desde que se planta un árbol hasta que se lo tala. Por eso buscamos otras alternativas de producción que se hacían en la isla años atrás. Antes se explotaba el mimbre, los cítricos, la fruta de carozo, la flor del jazmín y la de la hortensia. Hoy se ha perdido todo eso porque no dan los costos, principalmente porque el transporte por barco es muy costoso. La llegada de los caminos mejoraría esta situación”.

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Los productores quieren recuperar otras actividades, más allá de la forestación, que se hacían en la isla años atrás.

Respecto de las técnicas que utilizan para manejar el agua, detalló: “Nosotros hacemos una contención del agua del río, pero a su vez tenemos canales y bombas, porque si secamos los humedales no producimos. Sólo hacemos un control del agua para que cuando venga la marea no pase como en el ’83 y en el ’98. Por eso hicimos este manejo del agua, que no lo inventamos nosotros, también se hace en Holanda, por ejemplo”. Y se mostró en desacuerdo con la Ley de Humedales “porque nos quieren sacar las contenciones que tenemos para poder producir”.

 

Tecnologías sustentables y alternativas productivas

“Uno de los principales cuestionamientos está dado por la forma en que se organizan algunos sistemas productivos, en especial por la proliferación de los amplios cerramientos a través de los endicamientos”, explicó Adrián González, jefe de la Agencia de Extensión Rural Delta del Paraná del INTA, desde donde se viene trabajando con todos los sectores, con la empresas forestales y con los productores medianos y pequeños, en el desarrollo de técnicas para mejor la producción y la sustentabilidad ambiental.

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Desde el INTA buscan minimizar el impacto ambiental a través de propuestas sustentables. Foto: INTA

“Para tener una producción competitiva es imprescindible manejar el agua. Las salicáceas, así como la ganadería, el cultivo de nuez pecán y el mimbre, por ejemplo, requieren de esta intervención, que significa drenar los bajos y elevar los cordones costeros para evitar el ingreso de los repuntes, que son las típicas sudestadas. Estas técnicas están siendo cuestionadas porque alteran algunos de los servicios ecosistémicos presentes en el humedal”, dijo González.

La propuesta del INTA, en conjunto con los actores, es tratar de minimizar el impacto ambiental a través de propuestas sustentables que permitan seguir produciendo, pero incorporando nuevas tecnologías que tengan en cuenta la conservación de la fauna, el manejo apropiado del agua para evitar que los campos se sequen, la promoción de los corredores biológicos como zonas de refugio y, desde el punto de vista forestal y ganadero, prácticas menos intensiva y más amigables con el ambiente.

Más allá de estas acciones desde el punto de vista de la producción, el técnico del INTA llamó la atención en relación a que “muchos productores también están en una retracción desde el punto de vista productivo por la falta de infraestructura regional, acceso a caminos y redes de comunicación interna”. Por eso demandan la puesta en marcha de obras públicas, que deberían acompañar los procesos de cambio productivos.

 

Identidad isleña

El grupo de estudiantes y docentes de la FAUBA viene desarrollando diferentes proyectos de investigación en el Delta con el objetivo de analizar cómo los habitantes locales se relacionan con su ambiente y las posturas que mantienen frente a los cuestionamientos que existen con respecto a la sustentabilidad de sus formas de vida y de trabajo.

“En este marco, conocimos su vida cotidiana, su historia, sus formas de producir y sus sentimientos sobre el lugar en el que viven. También pudimos observar su preocupación frente a las propuestas que realizan algunos agentes externos para ordenar el uso de los recursos ambientales”, dijo Pizarro.

“Durante ese tiempo, trabamos una relación estrecha con la Asociación Isleños Unidos II, integrada por lugareños. La mayoría de sus miembros son pequeños productores forestales y sus reivindicaciones sobre cuáles deberían ser las maneras más adecuadas de utilizar los recursos incluyen la preocupación por mantener una relación armónica con el ambiente”, agregó Straccia.

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El grupo de la FAUBA colabora con la Asociación Isleños Unidos II en el marco de un proyecto de extensión para fortalecer su participación activa en el debate sobre su territorio.

“Sus argumentos están anclados en la relación estrecha que mantienen con su lugar, que según sus puntos de vista es característica del modo de vida local a lo largo de los años. Sin embargo, la visibilidad de la Asociación hasta el momento es baja comparada con la de otras entidades”, sostuvo.

En 2014, el grupo de trabajo de la FAUBA se propuso colaborar con los miembros de esta asociación en el marco de un proyecto de extensión titulado “Derecho al territorio: participación y voz de agentes locales. Fortalecimiento de la Asociación Civil Isleños Unidos II, Delta Inferior del Río Paraná”. A partir de esta iniciativa buscan darle más visibilidad a esta entidad y fortalecer su participación activa en el debate sobre su territorio. “A lo largo de nuestro trabajo conjunto, están reflexionando sobre su identidad isleña y reconstruyendo su trayectoria, la que hunde sus raíces en la historia local y se ancla en el territorio”, concluyó.

Acerca del autor

Juan Manuel Repetto
Periodista. Master en Periodismo Documental (UNTREF). Licenciado en Comunicación Audiovisual (UNSAM).

2 Comments on "Delta, forestación y después"

  1. ROVIGLIONE GERARDO | 7 diciembre, 2016 at 11:55 pm | Responder

    Buenas noches, quiciera contactarme con el señor Juan Manuel Repetto, muchas gracias

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