El cambio llegó a los cultivos

Las modificaciones en el régimen de lluvias y en las temperaturas generaron la necesidad de adaptar nuevas tecnologías de producción en la Argentina.

Las mayores temperaturas podrían favorecer a soja, maíz y girasol, y perjudicar al trigo

(SLT-FAUBA) Desde el punto de vista de la producción de alimentos, los expertos coinciden en afirmar que el cambio climático es evidente cuando se extiende durante un período de tiempo tal que obliga a realizar ajustes tecnológicos. La Argentina puede dar cuenta de ello, en especial desde mediados del siglo pasado, cuando se produjo un aumento generalizado de las lluvias que favoreció la expansión de la frontera agrícola hasta regiones consideradas marginales. Los cambios continúan hasta hoy y se acentuarían en el futuro.

“El cambio climático impactó en variables climáticas relacionadas directamente con la agricultura como la intensidad, frecuencia y época de ocurrencia de las heladas, la duración de la estación de crecimiento, la amplitud térmica, el comportamiento fenológico de los cultivos y los calendarios agrícolas”, afirma un informe elaborado por Guillermo Murphy, profesor titular de la cátedra de Climatología y Fenología Agrícolas de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), en base a investigaciones realizadas en esa institución.

Muchas variaciones proyectadas para la Argentina pueden ser consideradas no demasiado perjudiciales e incluso favorables

Muchas variaciones proyectadas para la Argentina pueden ser consideradas no demasiado perjudiciales e incluso favorables. Foto: Luis Pozzi

Para adaptarse a las nuevas condiciones ambientales fue necesario crear y adoptar nuevas tecnologías -desde materiales genéticos y maquinarias hasta sistemas riego- y ajustar las prácticas de manejo para seguir desarrollando sistemas de producción sustentables.

Hacia el futuro, todo indica que el cambio climático seguirá su curso, y si bien muchas de las variaciones que se proyectan para la Argentina pueden ser consideradas no demasiado perjudiciales, y en algunos casos hasta favorables -afirma Murphy-, también es cierto que aumentaría la frecuencia de eventos extremos, con tormentas, inundaciones y golpes de calor, acompañados por un aumento de la temperatura media que podrían poner en riesgo a la producción de alimentos.

 

Entre lluvias y sequías

Murphy recordó que la agricultura argentina creció fuertemente a partir de la década de 1960, por el desplazamiento de las isoyetas (líneas que unen puntos en el mapa con iguales precipitaciones en un mismo período) hacia el oeste del país. Este aumento generalizado de las lluvias permitió que la agricultura de secano (que no requiere riego) pudiera extenderse hacia el oeste de la Región Pampeana, en el NOA, Santiago del Estero, Chaco y Formosa, Corrientes y Misiones, incorporando una zona de transición donde el clima varía según los años, entre condiciones húmedas y secas, y existe un mayor riesgo de sequías.

Probabilidades del 20, 50 y 80% de que el índice hídrico sea igual o menor a cero.

Probabilidades del 20, 50 y 80% de que el índice hídrico sea igual o menor a cero.

Para ejemplificar esta situación, los investigadores utilizan un índice hídrico que permite delimitar los climas secos de los húmedos. Según este indicador, al este de la isolínea de 80% se encuentran las regiones que son casi siempre húmedas, mientras que al oeste de la de 20% aparecen los climas más áridos (ver mapa). O sea que muchas de las regiones que hoy están sembradas con cultivos extensivos de secano, en realidad se caracterizan por posee climas secos, donde existe un alto riesgo para la producción.

Leonardo Serio, docente de la misma cátedra, advierte que más allá de estas zonas de transición que se integraron a la agricultura, en las últimas décadas también aumentó la variabilidad de las lluvias a escala global y regional.

“Cada vez es más frecuente tener períodos secos y extremadamente húmedos. Así, pese al corrimiento de las isoyetas y la condición climática de mayor disponibilidad de agua para los cultivos, entre 2007 y 2009 tuvimos una de las peores sequías de la historia en las principales zonas productivas, por la magnitud y por el momento de ocurrencia, que afectó a los cultivos en períodos críticos de su ciclo. Y algunos años después nos encontramos con fuertes inundaciones”, explicó.

 

Temperatura en aumento

Uno de los datos que llamó la atención del último informe elaborado por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) se refiere a una disminución en la tasa de aumento de la temperatura media global durante la última década, respecto de la proyectada en publicaciones anteriores. “Esto podría tener relación con el fuerte aumento de la actividad volcánica, que produce un efecto inverso al invernadero porque las partículas que emiten los volcanes oscurecen la atmósfera y hace que llegue menos radiación a la superficie de la tierra, que tiende a enfriarse”, explicó Serio.

En lo que respecta a la Argentina, los estudios en los que participó Serio desde la FAUBA junto a la investigadora María Elena Fernández Long mostraron cómo se modificaron las temperaturas máximas y mínimas en distintos momentos del año y según las regiones, generando un impacto en la producción del cultivos de granos y afirmando la necesidad de implementar cambios en las fechas de siembra y otras prácticas de manejo, para mantener la productividad.

Desde los años ´60 a la actualidad,  aumentó la temperatura mínima y disminuyó la máxima en casi todas las regiones del país. Este fenómeno produjo una menor amplitud térmica diaria y un leve aumento de la temperatura media, aunque las variaciones no son uniformes a lo largo del año: En octubre se registró el mayor aumento de la temperatura media y en febrero la caída más importante.

Según el informe, elaborado en base a investigaciones realizadas en la cátedra de Climatología de la FAUBA, las mayores temperaturas durante octubre y noviembre tienen una influencia favorable sobre las primeras etapas del crecimiento de cultivos de verano, así como sobre las etapas reproductivas de los cereales de invierno, cuya producción puede ser, al contrario, afectada por esta circunstancia, como muestran también otras investigaciones desarrolladas en la Facultad de Agronomía de la UBA sobre maíz y trigo.

Por otra parte, la disminución de la temperatura media en enero y febrero, mientras ocurre la etapa de gran demanda de agua de los cultivos de verano, podría favorecer la productividad debido a la existencia de una menor evapotranspiración.

 

Heladas y granizo

El último informe del IPCC registró un calentamiento general de la atmósfera con más eventos extremos de temperaturas altas y menos días con temperaturas bajas extremas en invierno. Estos datos alentaron la creencia de que las heladas serían paulatinamente menos peligrosas. Sin embargo, la frecuencia de heladas en la Región Pampeana muestra una tendencia levemente decreciente, con diferentes patrones de comportamiento.

En las últimas décadas, la mayor parte de la Región Pampeana sufrió un atraso de 10 días en la fecha media de la primera halada, llegando a más de 20 días en el sudeste de Córdoba. El sur de la provincia de Buenos Aires mostró un comportamiento opuesto: Se adelantó unos 5 días, que se extendieron a 11 en Tandil.

También se produjeron modificaciones en la fecha media de última helada: En el centro de Buenos Aires, Entre Ríos, norte de Córdoba y centro-norte de Santa Fe, se produjo un retraso de unos 5 días, llegando hasta 13 en Tandil. En el resto de la región, en cambio, se adelantó 5 días, y 10 días en La Pampa y el sureste de Buenos Aires.

Con respecto al granizo, se advierte que la mayor frecuencia de tormentas severas, que descargan mucho agua en poco tiempo, podría estar acompañadas por granizo, sobre todo en verano, por consecuencia del alto contenido de humedad, el elevado calentamiento superficial del suelo y la inestabilidad atmosférica.

Acerca del autor

Juan Manuel Repetto
Periodista. Master en Periodismo Documental (UNTREF). Licenciado en Comunicación Audiovisual (UNSAM).

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