(SLT-FAUBA) Estuvo sólo una semana en la Argentina y no pasó desapercibida. Visitó diferentes provincias y superó la capacidad de todos los sitios donde se presentó. Miles de personas se emocionaron al escucharla, quisieron hablarle personalmente, sacarse fotos y pedirle autógrafos. Pero no es una estrella de rock ni otro personaje del espectáculo. Temple Grandin es especialista en ganadería y autista; tal vez la autista más famosa del mundo.
“Primero quiero que sepan que mi título es doctora en Ciencias Animales y soy profesora de Comportamiento Animal en la Universidad de Colorado (Estados Unidos). Eso va primero en mi identidad. Sé que ser autista es importante. Pero a mí me define como persona ser docente y científica”. Así se presentó al ser entrevistada por SLT-FAUBA en medio de una agenda muy apretada, que tuvo como epicentro el título Doctora Honoris Causa entregado por la Universidad de Buenos Aires —impulsado por la Facultad de Agronomía—, el máximo reconocimiento que ofrece esa institución académica a personas distinguidas en los ámbitos de la ciencia y de la cultura de nuestro país y del mundo.
Grandin fue diagnosticada con autismo cuando tenía sólo tres años de edad. Entonces no hablaba ni podía sociabilizar con las personas. Pero en su adolescencia descubrió que sentía una gran empatía por animales y que los podía comprender gracias a su condición y su manera particular de pensar en imágenes. Así logró especializarse en la materia y promover un trato más amable con los bovinos mediante el diseño de mataderos, mangas y corrales que revolucionaron la ganadería de Estados Unidos. Hoy es una autoridad mundialmente reconocida en la ciencia del Bienestar Animal. Cerca del 50% de los vacunos de EE.UU. se manejan con sus tecnologías (Ver nota “Trátame suavemente“).
“Los grandes errores de la ganadería tienen que ver con gritarle y pegarle a los animales. Hay muchas otras cosas que se pueden aprender para mejorar el manejo del ganado, como la manera de caminar detrás de su punto de equilibrio, pero el primer paso es dejar de gritar y pegar”, afirma en una sala reservada para recibir a periodistas en el Hotel Alvear, donde se aloja durante su estadía en Buenos Aires. Y saca de su valija una agenda repleta de tareas superpuestas. Allí muestra cómo dedica el 85% de su tiempo a viajar por el mundo difundiendo sus conocimientos. Para cuando vuelva a su país ya tiene reuniones previstas con artistas, asociaciones de equitación, empresas del Silicon Valley y la NASA: “En esos lugares, el 50% de los científicos están dentro del espectro autista”, asegura.
La gira mágica
La semana pasada Grandin llegó la Argentina por segunda vez en su vida. La primera fue en 1994, invitada por la Asociación Argentina de Padres de Autistas (APADEA), que se conformó ese mismo año y que hoy tiene a la científica estadounidense como socia honoraria. Esta vez compartió charlas y recorridas a campo con asociaciones civiles y productores ganaderos en la provincia de San Luis, en la Cuenca del Salado y en la localidad de Pilar; y espacios de intercambio en escuelas, fundaciones dedicadas al tratamiento de trastornos neurológicos, como FLENI, y ONG’s de padres de chicos con autismo.
Sucede que en nuestro país, como en el resto del mundo, Grandin despierta pasiones por igual entre los productores, técnicos y académicos vinculados con la ganadería, así como entre las familias con chicos que están dentro del especto autista y profesionales de la salud y la educación.
“Siento una responsabilidad porque sé que hay chicos que me siguen, sobre todo después de la película (que lleva su nombre y fue realizada en 2010 por HBO, con siete premios Emmy en su haber). Quiero ser amable con todos, porque ven en mí a una persona que fue exitosa y quiero lo mismo para ellos”.
“Me hace muy feliz cuando una persona me cuenta cómo un libro mío la ayudó a mejorar la vida de su hijo. También cuando los ganaderos me dicen que hicieron corrales con mis diseños y que funcionaron bien. Quiero que los chicos que tienen mis características sean exitosos, que salgan adelante. Y que quienes manejan ganado aprendan más acerca de los animales. Durante la charla que ofrecí en la Facultad de Agronomía, muchos estudiantes que tenían mis libros me hicieron saber que mis conocimientos les habían ayudado. Eso me hizo muy feliz. Quiero dejar el mundo sabiendo que hice bien las cosas para esos estudiantes”.
Actuar cuanto antes
Grandin explica que “el autismo es un espectro muy grande. En un extremo podemos tener genios, con personalidades como Albert Einstein, que no habló hasta los tres años, y en el otro personas con trastornos muy severos, que no pueden sociabilizar o ni siquiera vertirse de manera independiente”. Hoy se calcula que una de cada 68 personas es diagnosticada con autismo, según cifras estadounidenses del Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), organismo que se toma como referencia en todo el mundo (Ver nota “La clave: El diagnóstico precoz“).
Grandin fue diagnosticada desde niña con el síndrome de Asperger, un trastorno del espectro autista. Corría la década del 1950, cuando aún la sociedad no estaba preparada para integrar a chicos con estas características, y si no hubiera sido por el amor y la determinación de su madre probablemente hubiera tenido, aún hoy, muchísimas dificultades para salir del aislamiento que le imponía su condición. Ella siempre le inculcó confianza en sí misma: “Sos diferente, pero no menos ”, le decía.
Hoy Grandin asegura que las habilidades se aprenden: “Es muy importante actuar inmediatamente si un chico de tres años aún no habla, y comenzar con las terapias. Cuanto más tiempo se espera, es más difícil que pueda adquirir el don del habla. Pero si se trabaja duro con ellos, es probable que el 50% de los chicos que no hablan a la edad de tres años puedan adquirir esta capacidad más adelante”.
“También es muy importante trabajar con ellos en el contacto visual, en estrechar las manos y enseñarles herramientas básicas para el desarrollo de sus vidas como ir de comprar, utilizar el dinero y manejar; como si le ensañaras a una persona las reglas de convivencia en un país extranjero”, señala, y afirma que sería un error sobreprotegerlos. También advierte que hay muchos chicos muy inteligentes que podrían ser grandes artistas o matemáticos, pero que se están haciendo adictos a los videojuegos. “Esto debería ser limitado a sólo una hora por día”.
Ser buenos en lo que somos
El sábado 4 de julio, Grandin brindó su última charla en la Facultad de Agronomía de la UBA antes de regresar a Estados Unidos, en un salón de actos colmado de padres de chicos con autismo, convocados por la Asociación TGD-Padres-TEA y bajo la moderación de la profesora en Educación Especial de FLENI, María Aggio.
Allí sostuvo que existen tres tipos de mentes: “Las que son muy visuales, las matemáticas y las que se relacionan más con las palabras. Una mente normal sería la que tiene una combinación de ellas. Una persona con autismo, en cambio, puede ser muy visual o muy matemática. Hay distintos circuitos en el cerebro y, en algunos casos, un sobre desarrollo para realizar tareas puntuales”.
Grandin consideró que el autismo es “una forma de percibir el mundo” y señaló algo que podría ser, al mismo tiempo, una premisa para la educación de todas las personas: Cada chico tiene un potencial o una habilidad diferente para desarrollar, que podría ser motivada desde la niñez: “Si sos padre de un chico con ocho años que tiene muy buenas habilidades en matemática, simplemente ayudalo a que avance en eso”.
“Lo mejor es poder concentrarnos en ser buenos en lo que somos. Los autistas podemos ser muy buenos en muchas profesiones. Silicon Valley está lleno de autistas y les pagan muy bien. En la industria ganadera también hay muchas personas que están en el espectro”, concluyó.
“Sé curiosa, trabaja duro y mantente humilde”
Nasha Cuello acompañó a Temple Grandin durante toda su visita a la Argentina y fue quién más tiempo tuvo de conocerla y de compartir sus días. Fue su compañía y traductora, porque la profesora estadounidense sólo habla en inglés. Al despedirse, Nasha recibió tres consejos de Grandin: “Sé curiosa, trabaja duro y mantente humilde”.
Según Nasha, Temple es un ejemplo en este sentido: “Es muy humilde y muy poco estrella” pese a su fama y a la admiración que despierta entre ganaderos y familias vinculadas con el autismo: “Sus únicas demandas diarias fueron que siempre tuviera un vaso de agua y un baño cerca”.
Grandin se maneja en un ambiente (el ganadero) que tradicionalmente estuvo dominado por hombres. Durante su estadía en Buenos Aires, muchas veces la consultaron al respecto y ella contestó: “En estos casos las mujeres tenemos que ser dos veces mejores”. Nasha recuerda especialmente esa respuesta y extraña sus charlas cotidianas: “Es una persona muy culta. Pudimos hablar con ella de política, educación, economía, salud, ganadería o de agricultura”.
“Su identidad es ser doctora en Ciencia Animal. Después venía su condición de autista. Y siempre sostuvo que tomaba sus disertaciones como una responsabilidad porque quería que los chicos dentro del espectro fueran exitosos”.
Siempre tuvo muy buen sentido del humor, pese a la agenda completa de actividades programadas, y se comportó de un modo muy afectuoso, aspectos que son poco reconocidos en las personas con autismo. Acostumbrada a dar la mano en su país de origen, en la Argentina se acostumbró a saludar con un besos en la mejilla. Bromeaba con esta situación. También entendía muy rápido las mañas de los países extranjeros. Una vez le explicaron que algunas personas se ofendían cuando se refería con la palabra “América” al hablar de Estados Unidos, y no volvió a usar el término en sus charlas.
“Un día que la acompañé al hotel, ella me ofreció regalarme un ramo de flores gigante que le habían obsequiado. Le respondí que ella se merecía el cuarto más alegre del hotel”. Nasha también recuerda las jornadas maratónicas y los viajes de largas horas que compartieron en el auto: “Jugamos como dos adolescentes a adivinar el objeto que pensaba la otra”.
“Para mí fue un honor estar con Temple. Ojalá tenga la oportunidad de volver a compartir una charla con ella”.
He leído el libro de la Dra. Temple Grandin “Interpretar a los animales” y he descubierto aspectos en común que poseen autistas y animales, como por ejemplo ver y percibir detalles importantes de una pintura, por sobre la obra en general o enfocarse en un objeto abstrayéndose por completo del entorno me trae a la memoria el comentario de Hernán Casciari “Messi es un perro”. En la diferencia también se aprende.