“Un pastizal natural manejado por ambientes, con pastoreo controlado, puede producir tanto como una pastura y generar buenos beneficios económicos. Incluso, se pueden engordar los terneros si se fertiliza con fósforo y se intersiembran leguminosas”, afirmó Adriana Rodríguez, docente de la cátedra Forrajes de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA).
“Los pastizales pampeanos tienen más de 50 especies con roles diferentes y valiosos. El reemplazo por pasturas cultivadas no siempre logra una mejora sustancial en la producción de carne”, sostuvo, y recomendó una práctica de manejo sustentable desarrollada por Víctor Alejandro Deregibus y colaboradores de la cátedra de Forrajes, para mejorar la productividad de la cría vacuna en invierno, cuando el frío limita el crecimiento del pasto y los pastizales sufren una mayor presión de pastoreo, en la época de parición, crítica para las vacas.
La técnica consiste en elegir los sectores del campo con mayor potencial productivo (las medias lomas), realizar pastoreos muy intensos a fin del verano y dejar descansar los lotes a principios de otoño para promover el crecimiento de los pastos de invierno. Luego, las vacas se llevan a ese lugar cuando empieza la parición.
Rodríguez recomendó esta práctica como alternativa a la aplicación de glifosato en los pastizales pampeanos, que comenzó a implementarse a comienzos de la década pasada, por considerar que la aplicación reiterada del herbicida promueve la dominancia de una sola especie naturalizada y afecta al banco de semillas de los pastos nativos perennes.
A diferencia del manejo que se hace con la soja transgénica, donde el glifosato se utiliza para eliminar las malezas antes de sembrar el cultivo, en el caso de los pastizales este herbicida se viene aplicando sobre el 20% de las medias lomas de la Pampa Deprimida para eliminar los pastos a fin del verano y promover el crecimiento durante el invierno del raigrás anual.
Rodríguez citó un trabajo que publicó en 2012 en la revista científica Applied Vegetation Science junto a la investigadora Elizabeth Jacobo, donde advirtió que “la aplicación de glifosato en febrero elimina a las especies de verano, que en ese momento están en activo crecimiento o en floración. Si esta práctica se reitera todos los años, cada vez hay menos individuos de esas especies y disminuye la posibilidad de producir y reponer las semillas al suelo”.
Según explicó, las especies perennes aportan sustentabilidad al sistema ante períodos de sequía o de exceso hídrico, como el actual. “Cuando se vaya el agua, las especies nativas van a volver a aparecer y ofrecerán forraje, porque están adaptadas. Las especies cultivadas, en cambio, desaparecen rápidamente”, aseguró.
“Si bien el glifosato también genera una mejor producción de pasto en invierno, su aplicación afecta al resto de las especies de interés agronómico que están creciendo entre febrero y marzo, porque su acción no es selectiva. Con el pastoreo, los animales comen las plantas y después vuelven a crecer”, detalló.
En 2010, el equipo de investigadores de la FAUBA demostró cómo el glifosato cambia la composición florística del sistema, con la disminución y desaparición de los pastos perennes de verano e incluso los de invierno. “De ese pastizal que producía todo el año, pasamos a una sola especie, raigrás anual, que sólo se puede aprovechar en invierno. Además, con este sistema, en verano la cobertura total del suelo es bajísima: Entre diciembre y marzo del año siguiente, el campo queda pelado”, dijo Rodríguez, al recordar su trabajo publicado en la revista Agriculture, Ecosystems & Environment.
Y apuntó: “Un sistema manejado sólo con especies anuales es muy frágil, porque depende de la combinación de factores ambientales que se dan en otoño. Si la estación es seca o muy lluviosa, las plántulas se mueren. Las perennes dan sustento y estabilidad al sistema, aseguran un crecimiento y es muy raro que mueran por una sequía o un anegamiento”.
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