(SLT-FAUBA) Según una investigación de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) publicada en la prestigiosa revista científica PNAS, durante las últimas cinco décadas la agricultura mundial mejoró notablemente la eficiencia en el uso de la energía para la producción de cultivos. No obstante, el proceso de intensificación y la simultánea expansión de la frontera agrícola también plantea desafíos, para los cuales recomiendan una intervención política activa. La Argentina podría estar en el eje del conflicto.
El trabajo está firmado por Pedro Pellegrini y Roberto Fernández, investigadores del Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas Vinculadas a la Agricultura (IFEVA), de la FAUBA y el Conicet. Para su elaboración tuvo en cuenta 58 países responsables del 95% de la producción mundial de cultivos, el consumo de energía presente en los principales insumos petroleros (maquinaria, combustible y fertilizantes) y el porcentaje de tierras incorporadas a la agricultura entre 1961 y 2014. La investigación es el resultado de la tesis de grado de Pellegrini quien, gracias a una Beca Estímulo de la UBA, pudo dedicarse de lleno a este trabajo.
“El título de esta nota podría haber sido La agricultura es cada vez más eficiente, pero hay que tener en cuenta otros aspectos y no ser sensacionalistas”, dijo Pellegrini al sitio de divulgación de la FAUBA, Sobre la Tierra (SLT). Fernández añadió: “Decir que la eficiencia no cae hace 50 años, sino que aumentó, puede hacer pensar que estamos haciendo todo bien. Pero la lectura es más compleja”.
Los ’80, un punto de inflexión
De acuerdo con el artículo publicado en los Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), entre 1961 y 2014 se triplicó la producción mundial de los cultivos, al tiempo que aumentó 2,4 veces el uso de insumos, aunque con grandes diferencias entre países. En términos globales, en los extremos se ubicaron el fertilizante (1.000% de aumento) y el uso de la tierra (11%). En el medio se situaron el stock de maquinaria y el consumo de combustible, que se duplicaron.
La mayor intensificación se registró en Asia y América Latina, donde el uso de insumos alcanzó niveles que tenían Norteamérica y Europa en 1961, que ya habían abrazado la Revolución verde. La superficie de tierra utilizada para la agricultura aumentó en América Latina (111%), África (58%), Oceanía (55%) y Asia (39%), mientras que se redujo en Europa (-18%) y América del Norte (-12%).
“Después de 1980, todos los continentes (menos Asia) desaceleraron su crecimiento en el uso de insumos y la eficiencia global promedio comenzó a aumentar: En la década de 1960 estuvo entre 2,5 y 3,5, con una clara tendencia decreciente hasta 1980, seguida de un aumento que en los últimos años alcanzó 3,5-4,5 (líneas verdes de la Figura)”, sostuvo el informe.
En relación a la metodología empleada, los investigadores explicaron que tomaron la información del uso de insumos por país de la base de datos pública de la FAO y la convirtieron en unidades energéticas con la ayuda de datos bibliográficos. Luego calcularon la eficiencia en el uso de la energía como la relación entre lo producido (granos y frutos, por ejemplo) y lo invertido como insumos: “Si el resultado es 1, significa que estamos poniendo lo mismo que sacamos en alimento. Si es 10, estamos sacando 10 por cada unidad que invertimos. Mientras más alto el valor, más eficiencia se habría alcanzado”, explicó Pellegrini.
“Nos sorprendió encontrar un rebote en la eficiencia alrededor de 1980: La producción continuó creciendo linealmente, pero el uso de insumos comenzó a crecer más lentamente. Uno de los mayores responsables sería la industria de fertilizantes, que durante el período de 50 años duplicó la eficiencia. También hubo influencias de cambios globales (sobre todo del aumento de dióxido de carbono en la atmósfera), pero sin duda las mejoras genéticas y de manejo agronómico tuvieron mucho que ver”, sostuvo Fernández.
Expansión e intensificación agrícola
Con la suma de fertilizantes, maquinaria y combustible, en términos de energía, los investigadores obtuvieron un índice del grado de intensificación del uso de la tierra. “Las diferencias entre países son abismales: En la misma escala que muchos no superan las 2 o 3 unidades, otros aplican valores cercanos a 100, e incluso superiores”, señaló Pellegrini a SLT.
“Cruzando esta información con la del cambio neto en el uso de la tierra agrícola en cada país pudimos evaluar una de las predicciones de los primeros tiempos de la Revolución verde, según la cual un aumento de la intensificación permitiría liberar tierras (hipótesis de land sparing de Norman Borlaug) que, entonces, podrían destinarse a otros usos, incluyendo la conservación”, explicó Fernández.
La predicción se cumplió en general para los países más desarrollados (como EE.UU., Japón y muchos en Europa) pero no para los países en desarrollo, que intensificaron en menor medida y extendieron su área agrícola, en algunos casos en más del 50% (como la Argentina, muchos otros en Latinoamérica y África). “Así, los que más insumos usaban eran los que habían disminuido o mantenido constante su uso de tierra y los que menos habían usado insumos eran lo que más habían aumentado su uso de tierra para la agricultura”, resaltó Pellegrini.
Se calcula que por cada 5 hectáreas recién incorporadas a la agricultura (principalmente en países en desarrollo) se liberaron 1 ha (en los desarrollados). Esta expansión incluyó al menos 110 millones de hectáreas. Se espera que siga creciendo a tasas similares, particularmente concentradas en África subsahariana, América Latina y algunos países como Rusia e Indonesia, advierte el trabajo.
Es decir que habría dos grandes grupos de países en cuanto a sus previsibles impactos ambientales: el primero (sombreado en azul en el Cuadro) con problemas derivados de la intensificación tales como contaminación de cuerpos de agua, y el segundo (sombreado rosa en el Cuadro) con problemas derivados de la extensificación, tales como la pérdida de la biodiversidad y de los servicios ecosistémicos.
“Por otro lado, queda claro que no hubo un land sparing generalizado, y sobre todo que la intensificación no garantiza el ahorro de tierras: China, Egipto y Cuba, por ejemplo, intensificaron tanto como muchos países desarrollados, pero a la vez extendieron mucho su área agrícola”, agregó Fernández.
¿Todo bien?
“Decir que la eficiencia no sólo no cayó con respecto hace 50 años sino que se mantuvo o incluso aumentó puede sonar a que no hay ningún problema, que estamos haciendo todo bien. Pero no es así: del mismo modo que existen las conocidas ‘brechas’ (gaps) en rendimiento agronómico, uno puede pensar que en un análisis menos global (cultivo por cultivo y zona por zona dentro de cada país) sigue habiendo un techo para aumentar rendimientos con un aumento menos que proporcional en los insumos usados, es decir una brecha en la eficiencia de uso de los recursos. Más eficiencia del uso de esos insumos significa menos desperdicio de energía así como menos pérdidas e impacto de los recursos usados”.
Por otra parte, “los países que se sitúan en la parte inferior izquierda del cuadro (rosas) están allí porque no intensificaron o porque quizás lo hicieron en menor medida y, en cambio, aumentaron mucho más su extensión. Argentina, Brasil y China, por ejemplo, intensificaron y se expandieron. Junto a Paraguay y Bolivia, Argentina también integra el grupo que está extensificando, con los porcentajes más altos de desmonte”, agregó.
“Si bien hubo países que intensificaron y ahorraron tierra, está claro que si se quieren proteger la biodiversidad y los servicios de los ecosistemas la primera es una condición necesaria pero no suficiente. Por otro lado, por ejemplo en Europa, donde varios países subsidian económicamente a la agricultura, es importante aumentar la eficiencia para reducir los impactos. No obstante, en los otros cuadrantes hay países con otras condiciones. Haría falta una intervención política si se quiere evitar que exista una extensificación simultánea con la intensificación, como la que se generó en el Hemisferio Sur”, concluyó Fernández.
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